Por mayor disociación que planteen, por más que busquen llevarnos a otras dimensiones y posibilidades, los videojuegos apelan en ocasiones a elementos cotidianos reconocibles, propios de la experiencia humana, para conectar sus tramas virtuales con las lógicas de las personas de carne y hueso que, del otro lado de la pantalla, sostienen el mando. Que consigamos estar vivos porque abrimos la boca para alimentarnos es, por ejemplo, algo que no en vano exaltan ciertos videojuegos.
Hace 40 años Pac-man ya abría la boca: cuánto más comiera, más ganaba. Mario Bross buscaba setas para hacerse grande y fuerte. Sonic necesitaba perritos calientes para ser más rápido; y Donkey Kong bananas para volverse invencible. Los personajes recuperan su vitalidad a través de la comida, como pasa en la saga de Street of Rage, donde hay incluso que pasar por encima de un pollo asado entero para sumar vidas que luego nos iremos gastando, entregados a la ilusión que siembran en nosotros los videojuegos, llenos de metáforas, construcciones narrativas e incluso de arte, para convencernos (aunque sea durante un momento) de que otras realidades son posibles. Y de que se puede vivir tanto como se intente y gane..